Publicidad del espectáculo de Leopoldo Fregoli
Saludemos
a Mr. Butter, explorador africano. Hoy por la pequeña ciudad atlántica recibe a
este hombre casi importante. Mas importante, en la actualidad porque ya no hay
exploradores. El explorador, se ha quedado reducido a una cosa de gabinete, a
una cosa juvenil organizada con cierta monería higiénica. Un explorador serio,
explorador de los desiertos del África, de las soledades del continente negro,
no se concebía ya y aunque en los periódicos ilustrados solíamos ver alguna vez
retratos de estos exploradores, no podíamos creer efectiva su existencia
social. Cada año, sin embargo, hay ingleses que quieren ser exploradores y lo
llegan a ser sin que nadie se entere. Van al África, cazan tigres y lo llevan a
su hall de Londres, de Liverpool o de Manchester para utilizarlos como
alfombras, una piel de tigre disecada. La familia se conforma con este audaz
viaje del cabeza, pero las revistas ilustradas no se conmueven y en las
barberías el cliente no se entera tampoco.
Hace algunos
años pasaban por la isla, ingleses exploradores que después servían para marcas
de las plumas de escribir y hasta recordamos a uno, inglés legítimo, con unas
barbas de moro y una gentil chilaba, luciendo su presunta heroicidad en la tapa
de una cajita de plumas. El oficio de explorador tenía cierta originalidad,
cierta independencia. Hoy está tan desacreditado como el del transformista. Ya no
hace caso nadie-sino es en provincias atristadas- de esos frégolis repetidos
hasta el infinito con su gracia vieja de frégolis, que mueven las caderas con
un aire idiota de verdadera nostalgia femenina: transformistas velludos, más velludos
que otro hombre cualquiera y a los que el afeite o el depilado no basta a
borrar la sombra azul de la cara que se ve más a la luz de las candilejas. Nadie
se interesa por estos hombres que en el fondo no son sino ventrílocuos fracasados,
artistas con un rezago de vanidad para un café cantante de los barrios viejos y
ocultos, esos cafés que parecen cocotas gordas y embadurnadas de polvos de
arroz.
Los exploradores
de África, son como estos transformistas y estos ventrílocuos. Ya no tienen
valor y así como la gracia de Frégoli se relaja y se olvida (“donna e mobile”
de la pirueta) por este amontonamiento de pequeños frégolis, el valor del explorador
actual es el valor de un escenario aburrido, un valor sin valor, porque a los
tigres ya no es muy importante matarlos y las alfombras de piel de tigre las
tienen ya en sus salas todas las familias de la clase media de Europa.
Pero este
Mr. Butter parece que sí tiene alguna importancia. Mr. Butter es un explorador
que no mata tigres ni leones. Sospechamos que es un explorador de la civilización
negra.
El club inglés (1920-1922) (Autor sin identificar)
Parece
extraño que Mr. Butter pueda buscar una civilización en gentes que no están
civilizadas, pero es que entonces la exploración en África de Mr. Butter, no
tendría explicación ni actualidad. Lo importante de este hombre es su deseo de
hallar grados civilizadores entre hombres negros de taparrabo, que suelen
cenarse a sus investigadores psicológicos. Pero Mr. Butter no sólo ha salvado
su pellejo de hombre, sino que trae noticias de una civilización desconocida,
más antigua que la egipcia y desde luego más inglesa.
Mr.
Butter ha llegado, y él mismo lo hace saber a la Prensa por medio de la
candidez consular, y los ingleses de la colonia se enteran de dónde viene este
explorador y lo que trae escondido en su maleta. Nosotros, con cierta
curiosidad metafísica, nos hemos acercado a este míster ilustre y le hemos contemplado
en silencio. Él nos ha recibido sentado sobre un baúl cuadrado-baúl de muestras
catalanas-donde debe guardar sus investigaciones y nos saludad en un español a
trozos, mientras nos obsequia con una bolita de cáñamo índigo. Nos sentamos a
escucharle y los ojos del inglés, por honor a su dueño, exploran en la
primitividad de los nuestros.
No es
posible suponer el descubrimiento de este hombre. Es filólogo inglés y
novelista, sobre explorador. Y como nuestro natural es en todo momento
literario, nos interesa más Mr. Butter como novelista. Nos enseña el inglés una
novela y nosotros decimos: -“¿Dónde hemos visto nosotros esta novela? ¿Dónde la
hemos leído? ¡Ah! Es aquella novela inglesa que se lee en un viaje, la novela
que todo el mundo leyó antes del último que la está leyendo y que sólo se
recuerda en una modesta reunión de provincias cuando la lee uno de la reunión y
dice: Estoy leyendo ahora “La casa roja”, y otro le contesta: Me parece leído
ese libro. ¿De quién es? –No sé, inglés parece. -¡Ah, sí! Yo lo he leído”.- Y
esta novela, que parece siempre de un inglés, es la novela de Mr. Butter. Nosotros
la hojeamos y efectivamente, la hemos leído, porque no recordamos sino una
lámina que representa un bosque con una casita en el fondo y un anciano de
paraguas bajo el brazo que cruza meditabundo el sendero hacia la casita. ¡Oh,
la dulcísima novela que no se recuerda nunca, que tiene diez ediciones y que
va, prestada de mano en mano, hasta que se regala a una sociedad de recreo que
solicita libros por oficio! Mr. Butter no sabe lo que es de su novela en el
mundo y sólo la conoce como una obra maestra y la acaricia en su mano, como si
no hubiera más que aquel único ejemplar precioso en todo el planeta y no
quisiera desprenderse de él. Pero todos tenemos este libro que él enseña como
raro y vamos olvidando la novela, con un pacífico cariño de lectores nada
cultos.
Y mientras
miramos a Mr. Butter, como explorador, él nos habla de su literatura como si
después de anunciarlo no quisiera que nadie hablara de sus exploraciones. Es un
inglés seco, de esos que se sostienen gracias a la enorme peana de sus zapatos,
un inglés sin gorra pero con el espectro de ella sobre el sombrero flexible, un
inglés de ruidos en el pie pero que no parece oírlos, como si el sonido de su
trote no se elevara, sino que en el mismo suelo se diluyera por una cloaca
ideal. ¿Por qué este hombre es explorador y así lo dice el cónsul y la colonia
lo dice y él pretende negarlo disimuladamente? ¿Qué ha hecho este explorador en
el África que tiene miedo a decirlo? ¿Es que la verdadera importancia de este
explorador está en no ser explorador, siéndolo…?
Fortaleza de Funchal-Madeira(1900-1905) (Autor sin identificar)
Indudablemente
Mr. Butter reconoce el desprecio de su oficio de explorador. No obstante, va a
su África y explora en una época en que no hay ya nada que explorar. Comprende
Mr. Butter que descubrir un tigre es una cosa corriente en todos los
exploradores del mundo, menos en los españoles que sólo descubren genios. Ya ni
en Inglaterra, ni en las pequeñas colonias inglesas, se admira a un hombre que
caza tigres. Ser cazador de tigres es algo tan vulgarmente inglés como ser
tenedor de libros o taquigrafo. ¿Y Mr. Butter con el prestigio de su filología
y de sus novelas se mete a explorador de tigres para anular sus dos verdaderas
personalidades? Si él les dijera a estos ingleses que viene del África donde ha
cazado tigres, los ingleses que se dedican a cazar españoles baratos para sus
negocios, sonreirían y hasta le volvería la espalda con un flemático gesto. Mas
algo ha dicho él que no es esto, porque la colonia lo considera, el té que Mr.
Butter se toma es admirado por el grupo de los demás huéspedes del hotel, como
si estuviera viendo en Roma al Arco de Tito o el sepulcro de Cecilia Metela,
con un baedecker en la mano:
Mr.
Butter dijo:
“He
estado en África explorando, pero no crean ustedes que tigres ni leones. Sería
perder el tiempo.”
Y por
esto es por lo que los ingleses de la colonia le dan a esta visita una un tono
solemne, de salterio protestante.
Pero he
aquí que de pronto descubrimos que Mr. Butter no es explorador, sino un
humorista terrible, y que no viene del África, sino del Funchal. Un humorista
que después de tener en perpetua curiosidad a toda la colonia, asegura,
seriamente, en un comunicado a la Prensa, que acaba de descubrir en Nigeria,
una mina de salacots de celuloide. Los ingleses, ante esta revelación, se han
muerto de risa, y míster Coper, un irlandés de la colonia, algo leído,
justifica muestro asombro con estas palabras definitivas, que traduzco:
“No le
extrañe a usted míster Quesada. En Inglaterra se admira mucho a un hombre así. Míster
Butter es un literato de humor, que ha querido, genialmente, darle una broma al
mundo entero. En España no ven la gracia esta, porque la gracia española está
en las caderas y los ingleses no tienen cadera. La seriedad con que míster
Butter asegura lo de su mina humorismo blanco, que sobrepasa al del frac Ranco
de Mark Twain, es de una gran trascendencia actual. Una nota de humor tan
profunda, una burla a ese tirano de Lloyd George, en estos días de huelga
inglesa y de muerte del alcalde de Cork. Míster Butter quiere decir con esto de
su mina que la vida es un camelo, y que míster Conan Doyle está perdiendo el
tiempo con su teosofía. En dos palabras: míster Quesada, quiere decir míster
Butter delante de todos los hondos problemas sociales, que la vida no es más
que un…, un… ¿cómo dicen ustedes los españoles…? Un… ¡Ah, sí! ¡Un hurra la Pepa…!”
Nosotros
no hemos podido cerrar los ojos todavía.
[15-XII-1920]
No hay comentarios:
Publicar un comentario