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martes, 6 de agosto de 2013

"Insulario", de Alonso Quesada/Panorama espiritual de un insulario - LOS ADANES ACTUALES

El perro Nipper escuchando "la voz de su amo" en un gramófono.


 Cuando lord Ewald oyó la extraordinaria y lejana voz de la Hadaly, de Edison, no pudo soñar en cómo la voz iba a ser de todos los hombres, y hasta el signore Caruso podría hablarnos de lejos y en sueños, como otra Hadaly menos ideal y con más barriga. Hoy, la Hadaly maravillosa no es ni la sombra para la que fue todo el profundo dolor inconsolable del joven lord. Cualquier patrono medianamente acomodado tiene en su casa una pequeña voz de Nadaly. Un gramófono. Hoy la Hadaly se llama cualquiera y hasta un perrito cualquiera puede oír la voz de su amo como si de otros mundos viniera.
 El gramófono es la felicidad familiar. ¿Quién no ha sentido la dicha de tener un gramófono? Contóme un empresario italiano, bastante embustero, que Verdi, al escribir su "donna è movile" no quiso que el tenor la cantara ni la aprendiera hasta unos momentos antes del estreno de "Rigoletto". El viejo músico sabía de seguro que había «donna è movile» para rato. La Hadaly ideal que el famoso conde Matías descubriera en el laboratorio del mago norteamericano es hoy una especie de "donna è movile» repetida hasta el límite de todas las repeticiones. Dentro de una caja pulida y barnizada nos envían el glorioso secreto de sus glotis desde el más lejano continente del mundo todos los tenores en sazón. Villiers no pudo sospecharlo.
 Yo no sé por qué, creo que en Barcelona debe haber muchos gramófonos. Todos los catalanes que yo he conocido aquí tenían cara de poseer un gramófono. Y es que el hombre que tiene gramófono adquiere en la brillantez de sus ojos cierta brillantez de disco de gramófono y en la voz una a modo de sordina especial, como si hablara juntando la boca a un cilindro de cartón o de madera.’
 Un hombre que tiene gramófono se nota en que lo tiene porque se sienta siempre como para oír gramófonos y en que dibuja en sus labios, al sentarse, esa peculiar sonrisa del hombre que conoce un disco y mira a los demás como diciéndoles: "Esperen ustedes, ahora, ahora viene lo mejor..."
 El hombre del gramófono lo ve todo a través de su gramófono. Es generalmente un hombre que no sale de noche porque se queda en su casa a poner los discos. Es también propietario de una pequeña casa, en el campo, a donde lleva su gramófono para pasar el verano. Y sobre el hombre del gramófono están los admiradores del gramófono de este hombre, gente sencilla que dice a los que no hemos oído el gramófono del señor: " ¿No ha oído usted el gramófono de don Fulano? Venga usted conmigo para que oiga un disco que ha recibido."




 El hombre del gramófono espera discos cada correo y los admiradores pasan por la casa de este hombre para decirle: ¿Ya recibió usted los discos?» Y cuando los discos se reciben hay una congregación de admiradores del gramófono. Y el hombre del aparato pone los discos, como si él mismo fuera el gramófono, con todo el orgullo que pudieran tener estos gramófonos, si la Hadaly ideal no se hubiera hundido para siempre en el fondo del océano.
 Yo he visto un gramófono que parecía un piano y he visto otro que era como una mesa de escritorio. Yo he palpado estos gramófonos con un misterioso temor al palparlos y en la soledad de las salas donde los he visto, donde descansaban estos gramófonos del mundanal ruido, sentí, como esa pausa temblorosa de después de las conversaciones, ese rumoroso silencio que las palabras dejan en el aire y en la oscuridad de las salas donde se ha hablado largamente. Me pareció que los gramófonos tenían una vida propia y que iba a salir la voz y la palabra divina a resonar en el silencio, como si llegara desde los misteriosos sótanos de Menlo Park.
 Pero el gramófono está ya en todos los vulgares sitios del mundo. Debía haber, pues, un padrón municipal para los gramófonos y exigirles cédula personal a todos ellos. El gramófono no es el Adán futuro, es ya el actual Adán. Un gramófono cualquiera canta y refiere un chiste. Es un ciudadano honorable que se puede sentar en una Gran Peña.
 Cierto, señores. Así lo ha pensado y lo ha demostrado un inglés de la colonia. Él ha creído en la vitalidad de estos instrumentos al parecer mudos, y ha organizado solemnemente un concurso de gramófonos. Un concurso. Verdad. No es una historia ni una jocunda página de míster Mark Twain. Es una consumada realidad.
 El inglés, con una desconcertante seriedad ha pedido los salones de un Círculo y ha mandado a buscar todos los gramófonos de la ciudad. Y se juntaron diez, doce, catorce gramófonos, todos con sus números como en los concursos de carreras a pie o de natación.
 Y sonó un gramófono, y otro y otro, y los amos de los gramófonos perdieron su personalidad, y hubo un instante en que los gramófonos se movieron por su cuenta y rivalizaron en cantar y cantaron como locos desde la "donna è movile” hasta el canto hondo. Y al sonar los calderones reglamentarios parecía como que se separaron de la pared y rodando, rodando, rodando, iban por todo el salón hasta dejar el calderón en la pared de enfrente.
 Hubo premios. La ciudad entera y la colonia acudió al concurso y nadie pensó si aquello podía ser humor británico o conciencia musical. En medio del peregrino espectáculo el inglés estaba serio. Yo lo vi emocionado oyendo al señor Caruso en los catorce gramófonos que cantaron la misma pieza, que era, claro está, la obligada para aspirar al premio.
 En la espiritual historia de mi vida insular, en esta sencilla expectación mía frente al mar lejano y a las cosas lejanas que pasan por el mar, no ha habido un instante de mayor agudeza ni de una más sorda gracia desenfadada. Yo no sé si este hombre inglés, magnífico ejemplar de la gracia desconocida y sosa, ha hecho exprofeso burla de la candidez indígena, pero yo lo vi sin burlarse, y cuando la decimocuarta romanza del señor Caruso acabó, parecióme que el inglés miraba nostálgico hacia todos los rincones de la sala buscando el gramófono número quince.
 Al felicitarle por el éxito le dije:
 -Señor Ewald Edison y Villiers de L’Isle Adam: Ha logrado usted vitalizar lo inanimado. Dios, mirando la nada con mirada profunda, hizo un Adán algo inteligente, pero no se le hubiese ocurrido sacar vida de estos aparatos. Esos gramófonos no son gramófonos; al ponerlos usted en concurso animado les ha dado usted una humanidad más importante y complicada que la del hombre. No les falta más que el hongo y saber inglés.
 Llegué a dudar un instante. Y temí un pequeño boxeo, pero el británico, con toda la gravedad de un pastor, me respondió tranquilamente.
 -Thank you... señor.


[l-V-1921]


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